Wednesday, March 05, 2014

La triste partida de un querido compadre, primo y amigo

Alejandro (Araya Escobar) se nos fue de improviso, calladamente, como fue su vida. Sencilla, humilde y entregada a los demás. El sábado 1 de marzo lloramos su partida en el cementerio de Los Angeles, la ciudad que abrazó como suya desde que conoció y contrajo matrimonio con su adorada Dorca (González). En el campo santo, ante decenas de familiares y amigos, despedimos sus restos: Hace dos semanas despediamos en Pichidegua, en la Sexta Región, a mi tío Sergio Araya Núñez, primo hermano de Alejandro. Por esos misterios insondables del destino o por designio divino, para los que tienen fe, entre los recuerdos espontáneos que hicieron familiares y amigos surgió el nombre de Alejandro porque él formó parte de una generación que fue feliz en su infancia y adolescencia en los campos de la Sexta Región, de donde eran oriundos nuestros abuelos y tíos . Soy reacio a recurrir a frases comunes o cliché para referirme a los aspectos más salientes de su vida. Esas facetas se destinan habitualmente a quienes tienen una figuración pública o de Estado. Prefiero, en cambio, hablar de un ser humano excepcional que con su actitud de vida y ejemplo de rectitud y moral nos dejó colocada una vara muy alta. Alejandro formó parte de un grupo que coloquialmente alguien bautizó como el clan de los Araya, en implícito reconocimiento a la unidad que prevaleció y sigue prevaleciendo en todas sus ramas, vertical y horizontalmente. Fui contemporáneo de él, compartimos juegos y sueños cuando veraneábamos en el fundo de Cachapoal que administraba su tío Andrés. De ese grupo, puede que se me escape algún nombre , también formaban parte sus hermanos José Antonio, Jorge, Lucía , Ximena y más tarde, por ser la más joven , Marcela. Cuando los Araya Vergara se mudaron a Santiago desde Maipo, donde Alejo cursó los primeros años de primaria, una entretención que sus primos esperábamos con ansias era ir a jugar al subterráneo de la casa que habitaban en avenida Viel. ¡Cómo éramos de felices sin computadores, ni celulares ni play station ! Pasaron los años, siguió el curso normal de la vida y, ya adolescente, Alejandro prolongó y acrecentó su forma de ser sencilla, humilde y solidaria hacia su familia y amigos. En 1971 nos dio el valioso regalo de vincularnos a la familia de Dorca González . Cómo si fuera una fotografía que quedó grabada para siempre en nuestra memoria, recuerdo cuando un numeroso contingente de los Araya llegamos desde Santiago en bus para participar de su matrimonio en esta ciudad. No conocíamos a la familia de Dorca, pero fue tal el grado de cariño con que nos recibieron que desde entonces quedó sellado un vínculo imperecedero. Un año después, con Marcela, con quien contraje matrimonio, le pedimos a Alejandro y Dorca que fueran los padrinos de nuestro primer hijo, Marcelo. Mi residencia por más de dos décadas en el exterior no enfrió ese vínculo. Por el contrario, cada vez que se presentaba la oportunidad nos veíamos en Los Ángeles o en Santiago. Hablábamos de la vida y del fútbol porque Alejandro sabía mucho de este deporte. Me acuerdo cuando a Marcelo lo llevó a ver la Bombonera de Los Ángeles, el simil le decía con tono sarcástico y su sonrisa eterna del mítico estadio de Boca Juniors en Buenos Aires, que tuvo ocasión de conocer cuando fue al matrimonio de mi hija Daniela. Como buen angelino , se decía partidario de Magallanes , pero su corazón de origen era colocolino . Alejandro no tuvo hijos biológicos , pero creó y crió, los dos términos son válidos, una vasta familia a través del deporte, inculcando su conceptos de vida y enseñanzas técnicas a generaciones de niños, que hoy ya son adultos y también lloran su partida. Podríamos pasar toda la tarde hablando de las anécdotas de Alejandro. Cada uno de ustedes seguramente tiene y guarda alguna historia con él. Querido compadre : en el lugar del universo donde se encuentre ahora, tenga la plena certeza que su ejemplo de vida permeó a quienes compartieron con usted, por efímero que haya sido ese contacto. Y como cada vez que he despedido a algún integrante de nuestra familia, tengo que decirle "le hizo honor al apellido Araya". Buen viaje compadre.

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