Tuesday, October 21, 2014
La querida tía Elsa y las tradiciones
La tía Elsa Pastrián de Araya, esposa de Humberto Araya Nuñez (simplemente el tío Tito para su legión de sobrinos), fue uno de los pilares firmes de los Araya.
Madre de nueve hijos, su energía era asombrosa a la hora de diversificar y potenciar sus habilidades. Desde preparar unos exquisitos platos tipicos del campo (¡¡¡ahhhh, esas deliciosas humitas!!!) hasta participar en grupos folclóricos.
Somos los Araya
La idea está lanzada. Todos debemos participar en la elaboración de un libro que condense en sus páginas la historia de nuestra familia, desde que se asentó en la Sexta Región, cuando todavía no tenía el nombre de tal, hasta que sus integrantes y descendientes emigraron a la capital.
Narren o relaten historias y anécdotas, no importa su género, que les asignen significado en sus vidas.
La edición estará a cargo del suscripto, que también está dispuesto a llevarla a la plataforma digital para las nuevas generaciones que consideran obsoleto el soporte impreso.
Saturday, October 18, 2014
Cariño y unión en el 2° Encuentro de los Araya
El segundo encuentro de Los Araya, realizado hoy en la parcela Villa Logroño de Lo Herrera, reunió a casi un centenar de parientes de distintas generaciones, en un almuerzo donde abundaron las emociones y las anécdotas acumuladas a lo largo de décadas de historia de la tradicional familia de la Sexta Región.
El encuentro, en su segunda versión anual, lo encabezaron los tíos Mario, Raúl y Olga Araya Nuñez, sobrevivientes de la generación de ocho hermanos, hijos de Andrés Araya Soto y Berta Núñez Pardo.
Primos, sobrinos, nietos y biznietos compartieron durante varias horas la reunión filial, que pasó a constituirse en una cita de honor anual en la tercera semana de octubre.
Wednesday, March 05, 2014
La triste partida de un querido compadre, primo y amigo
Alejandro (Araya Escobar) se nos fue de improviso, calladamente, como fue su vida. Sencilla, humilde y entregada a los demás. El sábado 1 de marzo lloramos su partida en el cementerio de Los Angeles, la ciudad que abrazó como suya desde que conoció y contrajo matrimonio con su adorada Dorca (González).
En el campo santo, ante decenas de familiares y amigos, despedimos sus restos:
Hace dos semanas despediamos en Pichidegua, en la Sexta Región, a mi tío Sergio Araya Núñez, primo hermano de Alejandro. Por esos misterios insondables del destino o por designio divino, para los que tienen fe, entre los recuerdos espontáneos que hicieron familiares y amigos surgió el nombre de Alejandro porque él formó parte de una generación que fue feliz en su infancia y adolescencia en los campos de la Sexta Región, de donde eran oriundos nuestros abuelos y tíos .
Soy reacio a recurrir a frases comunes o cliché para referirme a los aspectos más salientes de su vida. Esas facetas se destinan habitualmente a quienes tienen una figuración pública o de Estado. Prefiero, en cambio, hablar de un ser humano excepcional que con su actitud de vida y ejemplo de rectitud y moral nos dejó colocada una vara muy alta. Alejandro formó parte de un grupo que coloquialmente alguien bautizó como el clan de los Araya, en implícito reconocimiento a la unidad que prevaleció y sigue prevaleciendo en todas sus ramas, vertical y horizontalmente.
Fui contemporáneo de él, compartimos juegos y sueños cuando veraneábamos en el fundo de Cachapoal que administraba su tío Andrés. De ese grupo, puede que se me escape algún nombre , también formaban parte
sus hermanos José Antonio, Jorge, Lucía , Ximena y más tarde, por ser la más joven , Marcela.
Cuando los Araya Vergara se mudaron a Santiago desde Maipo, donde Alejo cursó los primeros años de primaria, una entretención que sus primos esperábamos con ansias era ir a jugar al subterráneo de la casa que habitaban en avenida Viel. ¡Cómo éramos de felices sin computadores, ni celulares ni play station !
Pasaron los años, siguió el curso normal de la vida y, ya adolescente, Alejandro prolongó y acrecentó su forma de ser sencilla, humilde
y solidaria hacia su familia y amigos.
En 1971 nos dio el valioso regalo de vincularnos a la familia de Dorca González . Cómo si fuera una fotografía que quedó grabada para siempre en nuestra memoria, recuerdo cuando un numeroso contingente de los Araya llegamos desde Santiago en bus para participar de su matrimonio en esta ciudad.
No conocíamos a la familia de Dorca, pero fue tal el grado de cariño con que nos recibieron que desde entonces quedó sellado un vínculo imperecedero.
Un año después, con Marcela, con quien contraje matrimonio, le pedimos a Alejandro y Dorca que fueran los padrinos de nuestro primer hijo, Marcelo.
Mi residencia por más de dos décadas en el exterior no enfrió ese vínculo. Por el contrario, cada vez que se presentaba la oportunidad nos veíamos en Los Ángeles o en Santiago.
Hablábamos de la vida y del fútbol porque Alejandro sabía mucho de este deporte. Me acuerdo cuando a Marcelo lo llevó a ver la Bombonera de Los Ángeles, el simil le decía con tono sarcástico y su sonrisa eterna del mítico estadio de Boca Juniors en Buenos Aires, que tuvo ocasión de conocer cuando fue al matrimonio de mi hija Daniela.
Como buen angelino , se decía partidario de Magallanes , pero su corazón de origen era colocolino . Alejandro no tuvo hijos biológicos , pero creó y crió, los dos términos son válidos, una vasta familia a través del deporte, inculcando su conceptos de vida y enseñanzas técnicas a generaciones de niños, que hoy ya son adultos y también lloran su partida.
Podríamos pasar toda la tarde hablando de las anécdotas de Alejandro.
Cada uno de ustedes seguramente tiene y guarda alguna historia con él.
Querido compadre : en el lugar del universo donde se encuentre ahora, tenga la plena certeza que su ejemplo de vida permeó a quienes compartieron con usted, por efímero que haya sido ese contacto. Y como cada vez que he despedido a algún integrante de nuestra familia, tengo que decirle "le hizo honor al apellido Araya". Buen viaje compadre.
ADIÓS AL TÍO SERGIO
Una multitud acompañó hoy, hasta el cementerio parroquial de Pichidegua, los restos de Sergio Araya Núñez, hijo dilecto de la vecina localidad de Larmahue, donde se casó con Mónica Urra y constituyó su familia compuesta por cuatro hijos: Quico, Marco Antonio, Carmen Mónica y Pilar.
Pese a ser día laboral, familiares, amigos y vecinos se dieron masivamente cita en la parroquia de Larmahue, donde se ofició una misa antes de su traslado al campo santo.
Su hijo Marco Antonio hizo un emocionado recuerdo de las cualidades morales de su padre y de los valores que transmitió a sus descendientes, mientras que el padre Omar, de la parroquia de Pichidegua, trazó un perfil de su trayectoria humana.
Como un homenaje a su memoria, lo despedimos con un merecido discurso en el cementerio.
Querida tía Mónica, Quico, Marco Antonio, Carmen Mónica y Pilar
Le pedí expresamente a Quico tener la oportunidad de despedir al tío Sergio, no sólo en mi condición de sobrino mayor de la generación descendiente de los hermanos Araya Núñez, sino también porque él nos dejó un legado valórico que hemos jurado preservar y transmitir a las generaciones que nos siguen.
Seguramente muchos de los primos que están aquí presentes conservan algún recuerdo de su relación con el tío Sergio. En mi caso, me permito recordar un episodio, a lo mejor trivial, pero que refleja fielmente su bondad y disposición de hacer siempre el bien por el prójimo.
Ocurrió allá por el año 1954, cuando tenía sólo seis años. Como la mayoría de los niños de esa edad en mi barrio, la entretención favorita consistía en ir a las matinés infantiles en el cine de la parroquia San Genaro, en Rondizzoni.
En una ocasión fui víctima de una feroz paliza que me propinó una pandilla de muchachos poco mayores que yo. Volví machucado y dolorido a mi casa de entonces, en la calle Díaz Velasco. Al entrar me encontré con el tío Sergio, quien estaba de visita.
Quizás con vergüenza, le narré lo que me había ocurrido. Sin dudar un minuto, me propuso acompañarme para ir a buscar e identificar a los agresores, a pocas cuadras de la parroquia. Me acuerdo muy bien que se hizo pasar por detective e indagó con los vecinos en busca de pistas para dar con su paradero. La gestión, como era presumible, no tuvo un resultado efectivo, porque primó la natural protección, pero en mis recuerdos quedó grabado para siempre ese gesto paternal y protector del tío Sergio.
Pasaron los años y mi afecto hacia él siempre se mantuvo inalterable, a pesar del largo período en que permanecí fuera de Chile. Ayer, mi mamá me recordó que había sido paje, con mi hermana Silvia, de su matrimonio.
Otros de los lindos recuerdos que tengo del tío Sergio es cuando en los veranos en la casa del abuelito Andrés, en Cachapoal, nos subía a los camiones que conducía con maestría a distintas partes del país, e incluso a la vecina Argentina. Encaramarnos a esos verdaderos monstruos de fierro era para muchos de nuestros primos un deleite quizás sólo comparable con el placer que sienten los niños de hoy cuando superan etapas en los play station u otros juegos computacionales.
Eran otros tiempos, cuando la vida era más sencilla y menos complicada que la actual. Nuestros juegos, cuando veraneábamos en esta hermosa zona de Chile, eran el fútbol, andar a caballo o subir los cerros. En esas actividades, el tío Sergio siempre nos alentó y acompañó cuando su trabajo lo permitía.
A estas horas está junto a sus hermanos y hermanas que le precedieron en el tránsito hacia un mundo o esfera misteriosa y desconocida para muchos de nosotros. El tío Tito, mi papá y las tías Yola y Tuca. Una linda generación de la que sobreviven, y esperamos por muchos años más, la tía Olga y los tíos Mario y Raúl.
Tío Sergio. Muchas gracias por habernos entregado y transmitido su ejemplo de vida. La tía Mónica y nuestros primos Araya Urra siempre sentirán el orgullo de llevar su apellido y haber sido su esposa e hijos. Buen viaje, tío.
Thursday, October 24, 2013
Los vehículos del abuelito Andrés
¿Se acuerdan los Araya -al menos los de la generación de oro- de estos vehículos que tenía el abuelito Andrés en el fundo de Cachapoal?
Era una burra Ford del año 39 y un station wagon que causaban sensación entre los lugareños cuando los veían pasar por los caminos polvorientos que conducían a Peumo, San Vicente, Larmahue, Pichidegua, Codao y todos los otros pueblitos de la zona hasta llegar a Las Cabras.Una época inolvidable para quienes se transportaron en ellos, conducidos por avezados choferes de la familia, entre ellos Jorge Araya Escobar y Raúl Araya Núñez.
En la burra, parecida a la que aparece en la foto, Jorge Araya y Lucho Jorquera protagonizaron la anécdota que contó el tío Mario Araya en el encuentro familiar realizado el sábado 19 en Pichidegua.
Ambos habían partido a Las Cabras para vender duraznos que se producían en el fundo de Cachapoal. Lucho aprovechó el viaje y le pidió a Jorge que lo dejara conducir un tramo del camino para practicar los primeros pasos en la conducción de vehículos.
Hasta Las Cabras iba todo bien, pero al regreso Lucho Jorquera -quien iba al volante - fue interceptado por Carabineros. Por supuesto que no tenía todavía documentos. Sin perder la calma, les explicó que había tomado recién el volante y que el conductor con su reglamentación al día iba atrás o en la parte superior del vehículo.
El carabinero miró el asiento y no vió a nadie, tras lo cual se dirigió a Lucho y lo recriminó: "usted nos está tomando el pelo porque no hay ninguna persona".
Ahí Lucho se percató que había dejado a Jorge en... Las Cabras.
El carabinero le preguntó quién era, a lo que Lucho respondió "soy sobrino de don Andrés Araya, de Cachapoal".
"Ah, don Andrés", replicó el policía. Y agregó: "siga no más..."
La figura patriarcal de Andrés Araya Soto lo salvó de una casi segura detención y citación al tribunal.
Tuesday, October 22, 2013
Anécdotas cachapoalinas_Parte 2
Patricio Reyes, Víctor Jeria y Roberto Hernández
Un capitalino que disfrutaba "a concho" el verano en Cachapoal era Roberto Hernández, esposo de Yolanda Araya Núñez (la tía querida tía Yola). Víctor Jeria (esposo de Olga Araya Núñez) recordó una anécdota de esas vacaciones compartidas en la época estival de comienzos de la década de los 60.
En aquella época, Víctor merodeaba a Olga con "no muy claras intenciones" (su esfuerzo rindió sus frutos porque se casaron al tiempo después). Como buen cortejante, viajó a Cachapoal invitado por sus futuros suegros y su futura esposa.
Como no conocía bien el trayecto desde la estación del tren hasta la casa, que se cubría en menos de 15 minutos, lo fue a esperar Roberto. La historia entra ahí en una nebulosa porque, según Víctor, llegaron recién... al día siguiente a su destino.
¿Qué pasó en ese lapso de tiempo? La respuesta queda en manos de la imaginación.
Anécdotas cachapoalinas
El encuentro de los Araya en Pichidegua sirvió también para recordar, a través de anécdotas, a quienes ya partieron y nos dejaron un legado imperecedero a las siguientes generaciones.
Una de las protagonistas de esas historias fue la tía Rita, un personaje inolvidable que se ganó el corazón de quienes la conocieron.
Hermana de Berta Núñez (la abuelita Berta para la cuarta generación), el rasgo singular de la tía Rita era su tendencia a llevar varias bolsas o paquetes cuando iba a visitar a alguien y les obsequiaba productos del campo, principalmente paltas.
Pero también fue "blanco" de las travesuras que solían hacerle Raúl Araya Núñez y Jorge Araya Escobar, dos de sus sobrinos regalones.
Devota católica, la tía Rita solía ir a dejar flores al cementerio de Peumo a sus seres queridos. Cuando estaba en esos menesteres, Raúl y Jorge se escondían tras las tumbas y emitían exclamaciones como si fueran voces del más allá, provocando -como era de esperar- el pánico de ella.
Otra de las travesuras de Raúl y Jorge consistía en mover una muralla de adobe, en la casa de Cachapoal, para imitar las oscilaciones provocadas por un temblor fuerte. Como ellos esperaban, los gritos de la tía Rita no tardaban en escucharse.
La tía Rita era también una excelente cocinera. Cada vez que se dejaban caer los sobrinos nietos desde Santiago, los regaloneaba con exquisitos platos campestres, entre los que se destacaban las humitas y el pastel de choclo.
El encuentro familiar de los Araya fue la ocasión propicia para recordar con cariño su figura.
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